Observando la lista de los pasajeros que han viajado en el barco Mateo Bruzzo, que pueden consultarse a través de la base de datos de la Fundación Agnelli, la Sra. Norma Sosa descubre una serie de episodios curiosos que nos relata en este artículo que ha escrito para Apellidos Italianos. Agradezco especialmente a la autora.


Por Norma Sosa


El encanto de recorrer un registro de pasajeros, no se agota con la felicidad de encontrar aquellos que buscamos. En ese recorrido visual siempre hay algo esperándonos para divertirnos, o para permitirnos armar una novela inagotable. Sin duda en esos datos que se leen en líneas escuetas pero plenas de arabescos y ornamentos, fueron escritos por algún empleado público con mirada vacía (exactamente la misma cara de hastío que se ve en los actuales empleados de migraciones aunque sentados confortablemente ante una computadora). Para aquellos la tarea se multiplicaba hasta el hartazgo; los millones de seres que se desplazaban de un continente a otro declaraban lo que podían, y se registraba lo que alguien imaginaba que decían.

El Mateo Bruzzo ha sido un barco emblemático, no sólo porque trajo millones de emigrantes a través del Atlántico, sino porque condujo a Europa a muchos viajeros que hacían el recorrido inverso y en ocasiones no de manera voluntaria.

En 1887 Monseñor Cagliero, autoridad misional en la Patagonia, decidió viajar a Turín en respuesta a las alarmantes noticias sobre la salud de Don Bosco. Sin embargo decidió ir acompañado por la Madre Angela Vallese y la hermana Teresa Mazzarello que llevarían a Luisita Peña, una niña fueguina bautizada con ese apellido por haber sido encontrada en el Cabo Peña y educada por las monjas de María Auxiliadora.

En Buenos Aires abordaron el Mateo Bruzzo, soportaron una tempestad de dos días y con el misterio de los días transcurridos en una travesía, Luisa llegó a Génova. Desde allí, fue llevada ante un viejo débil y enternecido que colocó la mano sobre su cabeza, cuando terminó de recitar de un tirón las extrañas palabras que las monjas habían escrito para que aprendiese de memoria. Días después de ese encuentro el anciano, a quien llamaban Don Bosco moría.

En 1892 para festejar los cuatrocientos años del descubrimiento las Misiones Católicas decidieron exponer en la Feria de Génova los efectos de la evangelización en los nativos sudamericanos. Eligieron trasladar desde los colegios salesianos de Viedma, Río Negro, a los jóvenes más sobresalientes. Santiago Melipal, aprendiz de zapatero y sobrino del cacique Ñancucheo, y dos bellas muchachas, Ceferina y Josefa, emparentadas también con familias principales. El  vapor Mercurio los condujo hasta Montevideo donde debían esperar a un grupo de la Misión de San Rafael en la Isla Dawson. Si bien iniciaron el viaje una pareja y tres niños algunos identificados como de José Silvestre Canale, de once años, Marquitos de seis años y Daniel con su perro, la mujer no logró completar la travesía porque murió durante el parto en Montevideo. Nuevamente en el Mateo Bruzzo, soportaron tempestades y zozobras, pero fue más inquietante la llegada que los peligros del mar, cuando debieron hacer frente a la gente que esperaba con morbosa curiosidad para ver a los “caníbales” anunciados por la prensa. 

En 1895, el registro del barco muestra algunas peculiaridades de un pequeño grupo de pasajeros que desembarcaron el 25 de febrero en el puerto de Buenos Aires. El joven Giuseppe Capurro de 19 años, declaró como insólita profesión: “millonario”. Tal vez haya sido así, porque además de saber leer y escribir había viajado en “seconda”… sin embargo Vincenzo Piccinini, que también era pasajero en segunda clase, no declaró otra profesión que “fraile”.

María Mornaghi y Angelo Massone de 29 años, afirmaron tener la misma profesión que Giusseppe. Curiosamente los Sefsarego -Emanuelle de 40 y Angela de 18- tanto como Emanuelle Scartaseini de 38 y su mujer Genoveff (Genoveva) de 32, manifestaron también ser "millonarios".

Tiene sabor a diversión, a una gracia por contradicción: qué otra cosa podían ser más que labradores, dispuestos a perderlo y aprenderlo todo. El tiempo de la travesía habrá sido la oportunidad para forjar amistades. Seguramente, mientras en una pequeña rueda contaban cuentos de aparecidos, cantaban canzonetas y se conjuraban las furias del mar con promesas a su santo, esos nuevos lazos habrán servido para susurrarse temores, para imaginar proyectos y narrarse historias que con el tiempo repetirían sus nietos. Así, divirtiéndose con la burocracia, aquel grupo de jóvenes que venían escapando de la pobreza, nos dejó a más de un siglo ese sutil guiño de complicidad.


Notas al pie:

Norma Sosa, especialista en culturas indígenas pampeano-patagónicas, autora entre otros, de "Mujeres indígenas de la pampa y la patagonia". Editorial Emecé - 2001. Buenos Aires (Argentina)
http://larevista.turemanso.com.ar/comentarios/sosa.html
 

http://www.revistacriterio.com.ar/art_cuerpo.php?numero_id=37&articulo_id=755

San Juan Bosco, fundador de la Orden de los Salesianos
http://www.corazones.org/santos/juan_bosco.htm

Mateo Bruzzo, mas información en
http://www.odissee.it/navi05.spm


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