Se busca antepasado ilustre
Nota aparecida el 24 de febrero de 2008, en el diario español EL PAÍS
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PABLO FRANCESCUTTI 24/02/2008
Surge una nueva pasión social. Nació en EE UU y ha desembarcado con fuerza en Europa: buscar nuestros antepasados más remotos. A través de las pruebas de ADN y los enormes archivos genealógicos se pueden cruzar datos y averiguar si uno desciende del Cid o de Cleopatra. Con matices. Con muchos matices aún. Pero la gran industria del parentesco se frota las manos con la moda (y el negocio).
¿Quiere usted saber si desciende de Guillermo El Conquistador? ¿Le gustaría incluir a Pedro el Cruel en su parentela? ¿O preferiría, en cambio, remontar la noche de los tiempos y averiguar si proviene de los primeros Homo sapiens que colonizaron Europa? La clásica pregunta existencial, saber de dónde venimos, resulta ahora posible de responder, si le hacemos caso a los defensores de la genealogía molecular.
Se trata de la disciplina científica de moda: la combinación de la genealogía el estudio de la ascendencia y descendencia de una persona con la genética molecular, la rama de la biología que investiga la estructura y función de los genes en el nivel molecular. De la mezcla ha salido una especialidad capaz de vincular a los individuos en vastos árboles genealógicos, a partir de características genéticas únicas.
Uno de esos rasgos singulares es el cromosoma Y, el segmento de ADN que se transmite de padres a hijos varones, manteniéndose estable muchos siglos; de ahí que los parientes con un vínculo masculino ininterrumpido posean cromosomas similares, salvo en el caso de una mutación (un fenómeno que sucede muy raramente). Esta cualidad hace de dicho cromosoma una herramienta idónea para pesquisas genealógicas, especialmente en países donde el linaje se transmite con el apellido paterno.
Los tataranietos de Pedro el Cruel. La genética molecular está causando furor. En Inglaterra les ha despertado a unas cuantas personas el interés por conocer si descienden de Guillermo El Conquistador. En Estados Unidos, el favorito de los buscadores de antepasados es el general Robert E. Lee, el jefe sudista en la Guerra de Secesión. En España, las pesquisas tienen por objeto al rey Pedro I de Castilla (1334-1369), conocido en los anales históricos con el sobrenombre de El Cruel, aunque sus descendientes prefieren el más amable de El Justiciero.
El motor de esa búsqueda es Fernando Castilla, un informático residente en Madrid. Tras conocer la hipótesis de que su apellido procede del linaje del rey castellano, comenzó hace años una labor detectivesca por registros parroquiales y protocolos notariales de media España. ?Seguí la pista de mis antepasados hasta Juan de Castilla, nacido en 1550 en Vadocondes (Burgos). Me resultó imposible remontarme más atrás, pues antes del Concilio de Trento no se llevaban libros parroquiales?, explica.
Como ya no podía ahondar más en el pasado, Fernando optó por investigar en el presente. Con los datos obtenidos me puse en contacto con otros Castilla a través del listín telefónico. Compartiendo información compusimos un puzzle formado por 2.300 portadores del apellido. Luego colgué el resultado en Internet y no tardaron en llegarme emails de los Castilla de Argentina y de otros países hispanoamericanos. En paralelo?, prosigue, los genealogistas aficionados que nos hemos ido conociendo a través de la Red creamos la Asociación de Genealogía Hispana (Hispagen), ahí nos apoyamos en nuestras investigaciones y ayudamos a los socios con menos experiencia?.
El siguiente paso fue encarar el análisis del cromosoma Y de los Castilla. En esa tarea contaron con el apoyo del profesor Eduardo Arroyo, el director del Laboratorio de Genética Forense y Genética de Poblaciones de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. Él y su equipo se encargan de analizar los kits comercializados por un laboratorio que ofrece pruebas de genealogía molecular.
El test muy similar al utilizado en las pruebas de paternidad? es muy sencillo y relativamente barato (su precio ronda los 80 euros). El interesado recibe en su domicilio un hisopo esterilizado, que se pasará por el interior de la mejilla, guardándolo luego en un recipiente hermético, que remitirá por correo al laboratorio. Al poco tiempo le enviarán el análisis de las células recogidas en la mucosa bucal.
Si al menos nueve parámetros de su cromosoma Y coinciden con los de otra persona, significa que entre ambos existe un parentesco biológico por vía paterna. Pero eso no basta para agregar una rama al árbol familiar; de poco sirve saber que uno tiene un nuevo pariente si no podemos precisar su grado de parentesco; de ahí la necesidad de complementar la información genética con datos genealógicos tradicionales.
Ya tenemos los perfiles cromosómicos de un centenar de Castillas de España y Argentina?, indica el fundador de Hispagen. ?Hemos probado que algunos de ellos están emparentados con descendientes acreditados de Pedro I y otros no, quizás por tratarse de linajes distintos con el mismo apellido, hijos legítimos o adopciones?.
Esta colaboración surgió por casualidad, recuerda Eduardo Arroyo. ?Queríamos confirmar si los dos presuntos infantes sepultados en la iglesia de San Benito de Valladolid eran parientes de Pedro I, y el único modo era cotejando su ADN con el de un descendiente actual del monarca. Eso nos condujo al apellido Castilla y a Fernando y su gran base de datos?. Así fue como el genetista se embarcó en una empresa de más vasto alcance: actualmente, su laboratorio recibe muestras genéticas de Argentina, Portugal e Italia, enviadas por personas apellidadas Castilla y, más recientemente, Alfaro, que también han expresado el deseo de rastrear sus orígenes.
La vuelta a los orígenes. La reconstrucción del linaje Castilla es un ejemplo de la creciente pasión por el conocimiento de los antepasados. Fenómeno novedoso ?la genealogía ha sido tradicionalmente el patrimonio de unas pocas personas ligadas al mundo de la heráldica y a la aristocracia?, se ha visto impulsado por el abaratamiento de los análisis y la llegada de la Red, que facilita la constitución de comunidades consagradas al rastreo de ancestros comunes. ?Conociendo su perfil genético, el interesado puede hacer confluir su proyecto con el de otros, o consultar bases de datos especializadas?, comenta Arroyo.
Entre esas bases destaca la del Proyecto Genográfico, lanzado por National Geographic y la compañía IBM con la finalidad de reconstruir la historia de las migraciones humanas a través de más de 100.000 muestras genéticas de poblaciones indígenas. Cualquier interesado puede contribuir a financiar el proyecto comprando un test, y por ese medio descubrir, por ejemplo, que sus antepasados salieron de Oriente Próximo en la última edad de hielo y llegaron a Europa hace 38.000 años, desplazándose a la Península hace unos 8.000 años, como ha sido el caso de algunos participantes.
A su vez, la Fundación Sorenson de Genealogía de Salt Lake City (Estados Unidos) ha reunido 100.000 muestras de ADN, con sus correspondientes documentos genealógicos. A quien done una muestra acompañada de un árbol de familia de cuatro generaciones, la Fundación le ayudará a reconstruir sus orígenes a través de su base.
Por su parte, Immigrant Ancestors, una iniciativa de los mormones de Estados Unidos, atesora información sobre los inmigrantes que alcanzaron el país entre los años 1500 y 1940, disponible para los interesados en conocer la historia de sus ascendientes.
Y Oxford Ancestors (con sede en Reino Unido) promete a los compradores de su kit buscar sus lazos consanguíneos con los europeos prehistóricos. Su fundador, Brian Sykes, es el genetista que extrajo el ADN del Hombre de los Hielos, la momia de 5.000 años de antigüedad hallada en los Alpes. Además de emplear el cromosoma Y, Sykes se vale del ADN mitocondrial ?transmisible por vía materna para identificar a los descendientes de las siete hijas de Eva?, las siete tribus matriarcales de las cuales, según su controvertida hipótesis, proceden los actuales pueblos europeos.
Desenterrando las raíces. ¿De dónde ha surgido tanto interés por las raíces propias? Las motivaciones son de lo más variadas, y van desde reconstruir la historia ancestral hasta descubrir algún secreto de familia. La curiosidad constituye un factor de primer orden, dice Castilla. ¿Cuando tiras de la cuerda y empiezas a subir por tu árbol genealógico, te apasionas fácilmente?.
El entusiasmo es desbordante al otro lado del Atlántico, donde existe un enorme interés por recuperar los nexos perdidos con grupos específicos de Eurasia y África. Los argentinos quieren saber de dónde venía su bisabuelo, especifica Castilla. Y en Estados Unidos muchos afroamericanos desean restablecer los vínculos ancestrales cortados por la esclavitud, sobre todo después de que la estrella de la televisión Oprah Winfrey anunciase su ascendencia zulú, descubierta gracias a una prueba genética.
En sociedades desarraigadas donde la mayoría ignora el nombre de pila de sus tatarabuelos, tener raíces con solera genera un sentimiento de pertenencia, que cobra un aura glamourosa si además dichas raíces nos emparentan con una celebridad histórica. La gente quiere respuestas que fortalezcan su identidad. A casi nadie le gusta ignorar su relación con el pasado. Es una sensación psicológica similar a la expresada por los niños adoptados. Despejar tales incertidumbres puede aportar paz interior?, interpreta Peter Forster, genetista de la Universidad de Cambridge (Reino Unido).
Más idealista se presenta, en cambio, el objetivo genealógico perseguido por el difunto creador de la mencionada Fundación Sorenson. El millonario estadounidense James Sorenson creía firmemente que cuando los enemigos históricos sepan que comparten antepasados comunes que un mismo parentesco conecta a judíos israelíes con palestinos y a chiitas con suníes, entonces habrá paz en la Tierra.
Esperanzas infundadas. Expectativas tan amplias han llevado a los especialistas a dar la alerta. Una cosa es reconstruir una historia familiar combinando documentos y análisis genéticos, pues, como afirma el profesor Arroyo, los registros genealógicos mantienen una fuerte correlación con los datos genéticos?, y otra muy distinta es determinar sólo mediante la genética si uno es pariente remoto de Cleopatra o de una tribu hotentote. En un artículo publicado en Science, la antropóloga Deborah Bolnik, de la Universidad de Tejas (EE UU), y otros 13 investigadores previenen contra las ilusiones alentadas por la industria del parentesco. Las compañías no siempre informan de las limitaciones de los tests, como la falta de una clara conexión entre ADN e identidades raciales o étnicas, advierten los expertos, que reclaman directrices inequívocas sobre las posibilidades reales de la genética ancestral.
La plena conciencia de esas limitaciones no desanima a Fernando Castilla, quien se muestra convencido de que, tarde o temprano, reconstruirá la filiación de los actuales Castilla con Pedro I: Disponemos de la manera de zanjar definitivamente la cuestión: tomar una muestra de ADN de los restos del infante Sancho, el hijo del rey castellano enterrado en el convento toledano de Santo Domingo el Real, analizarlo y compararlo con los perfiles cromosómicos de nuestra base de datos. Para ello tendremos que conseguir los permisos preceptivos, pero todo se andará.